Si alguna vez has probado una buena salsa mexicana y sentiste que te explotaba el sabor en la boca, lo más probable es que haya sido preparada en un molcajete. ¿Qué es eso? Pues básicamente el superhéroe de piedra de la cocina tradicional mexicana. El molcajete no necesita enchufes, ni botones, ni Wi-Fi… ¡y aún así hace magia culinaria!
El molcajete es un mortero prehispánico hecho de piedra volcánica, y su compañero inseparable es el tejolote (el rodillo con el que se tritura). Su historia viene desde tiempos aztecas y mayas, cuando ya se usaba para moler chiles, especias, tomates y más. Sí, este instrumento lleva siglos machacando el sabor de México.
A diferencia de una licuadora, el molcajete no destruye los ingredientes; los abraza, los aplasta lentamente, sacando cada gota de esencia. Por eso una salsa hecha en molcajete tiene más cuerpo, más aroma y, según las abuelitas, “más alma”.
Pero ojo: usar un molcajete tiene su arte. No es llegar y poner los tomates… primero hay que “curarlo”, o sea, limpiarlo y usarlo varias veces con arroz o maíz hasta que deje de soltar piedritas. Porque sí, nadie quiere una salsa con “crunch” volcánico inesperado.
Hoy en día, el molcajete no solo sobrevive: se luce. Hay quienes lo usan para preparar guacamole, hacer salsas picosas o incluso para servir platillos que llegan burbujeando a la mesa (sí, aguanta el fuego como los dioses antiguos).
En resumen: el molcajete no es solo una piedra con estilo, es un pedazo vivo de la historia de México, que sigue dando sabor a nuestras mesas… ¡y todo sin hacer ruido!.


















